Por Javier Burrieza Sánchez (uno de sus niños de Primera Comunión)
Ayer por la tarde murió en la Residencia de Arcas Reales el Hermano Emilio López Mazariegos, un nombre que para los alumnos de los años ochenta del Colegio de Lourdes significa cercanía a Dios, maestro de espiritualidad, devoción a la Virgen María. Para las generaciones posteriores es todo un desconocido, porque la memoria e incluso la historia, donde la memoria empieza a transformarse en ciencia, es a veces cruel y efímera (más me refiero a la memoria), y parece que los nombres y las personas se borran y no han existido jamás. Además, los últimos años del H. Emilio han sido terriblemente difíciles, hundido en la más profunda depresión, lo que le impedía el desarrollo de una vida activa, pues este maestro lasaliano podía habernos dicho todavía, en estos últimos años, muchas palabras. Quizás las últimas, a modo de testamento, las pronunció en el Teatro del Colegio, en 2009, cuando con motivo de los ciento veinticinco años del Colegio, el H. Javier Abad (entonces director del centro) y un servidor nos empeñamos en que el H. Mazariegos tenía que hablar. Lo hizo y brilló en él la chispa con la que encendía en los años ochenta la espiritualidad de muchos alumnos del Colegio. Tiempo después ha habido mucho silencio y mucho sufrimiento interior. Uno se pregunta el porqué de estos finales vitales cuando tantos han sido los dones derramados.
Mazariegos era un apellido con chispa (sí me repito). Al menos para mí y para algunos de mis compañeros de quinto de EGB, en apenas unos meses, fue nuestro catequista de la Primera Comunión, en aquel año 1985 en que nos encaminábamos al 5 de mayo en que estaba fijada esta Eucaristía en la capilla del Colegio de Lourdes. Tengo grabados muchos momentos de esas catequesis. El Hermano parecía que tenía contacto directo con Dios. Su voz delicada, su mirada, su pelo canoso, su sonrisa, su hablar pausado, deshaciendo las palabras. Me acuerdo cuando le preguntamos qué teníamos que rezar después de recibir a Jesús y él nos habló de ese encuentro entre Tomás y Jesús después de la Resurrección y las palabras cuando comprobó que aquel que tenía delante era Cristo Resucitado, al comprobar las llagas: ¡¡¡Señor mío y Dios mío!!! Y eso se me quedó muy grabado en mi vida religiosa. Sobre todo el Hermano adquiría una dimensión especial en la capilla. Él estaba a un lado, no era el celebrante naturalmente, pero en realidad parecía serlo. Mazariegos era un hombre místico, de los que no suelen existir, muy devoto de la Virgen y especialmente de la Virgen de Lourdes. De hecho él había sido alumno interno del Colegio desde 1947 y hasta 1954. Había nacido en Melgar de Arriba, en la provincia de Valladolid, en 1934, donde también años antes había llegado al mundo otro importantísimo Hermano de La Salle, el H. Guillermo Félix, asistente del Superior General. Como alumno del Lourdes conoció días brillantes en el Colegio, porque participó en los Campeonatos Escolares, esas competiciones deportivas nacionales que dieron fama en todo el país a este Colegio de los Hermanos que los ganaba año tras año y hasta en cinco ocasiones. Al concluir el Bachillerato decidió entrar en el Instituto de los Hermanos y allí recibió su nuevo nombre: Hermano Emilio de María. Una vocación que plasmó en un cuaderno vocacional titulado "Yo crucé la meta", donde mencionaba la importancia del acompañamiento que el H. Salvador (que vive en Bujedo) había tenido en su decisión.
Muchas cosas me gustaría averiguar de su vida. Precisamente, gracias a la iniciativa del H. Guillermo Félix, en Tejares (Salamanca) se abrió la posibilidad de formación teológica de los jóvenes Hermanos que pertenecían a este Instituto laical, con las habituales oposiciones de algunos eclesiásticos que se preguntaban cuál era la razón de que los Hermanos estudiasen Teología. Pero el mencionado H. Guillermo Félix contaba con profesores Hermanos formados brillantemente en la Universidad Gregoriana de Roma y dispuestos a abrir brecha junto al Tormes. Pioneros, como alumnos, de aquella casa fueron los Hermanos Pedro Chico, Emilio Mazariegos, Jesús Linares; Bernardo Villar, José Antonio Santana, Eduardo Muñoz; Carlos Cantalapiedra, Francisco Fernández Cilleruelo o Luis Miguel Fernández Renedo entre otros.. Algunos, como el Hermano Emilio, salieron como licenciados en Teología. Después vino Portugal donde llegó a ser director del Colegio de Abrantes. ¡¡¡Cuántas posibilidades se podrían haber abierto para los Hermanos en nuestro querido vecino portugués!!!
A Valladolid, a su Colegio, regresó en dos ocasiones, entre 1976 y 1980, entre 1983 y 1986. Fueron años en que por todos los sitios se veían Hermanos jóvenes y muy dinámicos que han marcado profundamente a estos sus alumnos. Convivían con otros veteranos como los HH. Eduardo Montero, Gregorio Hermosilla, Peter o Delfín Seco, algunos todavía con sus sotanas y baberos. Y cuando llegó aquel 5 de mayo, tanto el H. Emilio como su compañero en estas tareas de catequista, H. Inocencio Lorite (hoy en los colegios de Andalucía), tuvieron claro que los niños no deberíamos vestir trajes de marineros sino un conjunto sencillo, azul marino con corbata (la primera corbata que yo me puse) y con una cruz de madera en el pecho. Aquel día él me pidió que leyese la segunda lectura de la Eucaristía. Quizás también fue mi primera intervención en público. Y al día siguiente, en pleno mes de María, cuando en el Colegio todas las mañanas había una misa a las 8.30 y otra a las 9.30, muchos recibimos nuestra segunda comunión; y la tercera, la cuarta o la quinta en los días sucesivos. Él estaba allí, junto a la música, con ese deseo de rezar dos veces como decía San Agustín , cuando se canta, con los salmos y meditando letras tan recordadas como aquel "Tú me enseñaste a volar, con alas de pajarillo, cuando no era más que un niño, con miedo a la libertad". Una canción perfectamente aplicable a él y a otros muchos que vinieron después.
El Hermano Mazariegos desapareció, tras la siembra de todo este carisma en el Colegio. Nos dijeron que se iba a las misiones lo que provocó tristeza entre los alumnos. El destino era América, México, Centroamérica. Mucho nos había dejado en el Colegio. Incluso, tras el año del Centenario del Colegio en 1984, el Hermano Mazariegos coordinó la Memoria conmemorativa, bellísima, con la que se dio cuenta de todo lo que había sucedido allí en aquel año. Pero nuestro Hermano catequista se nos fue como aquellos misioneros, casi para siempre. Y como escribía muy bien y mucho tenía que comunicar, numerosos han sido sus textos de espiritualidad y de formación, con los salmos con los que se ha rezado en tantas comunidades religiosas y, por supuesto, de los Hermanos. Mazariegos fue maestro de espiritualidad y de oración, ya en el Colegio, con sus grupos de octavo o de quinto, sembrando entre los que hoy le recuerdan treinta o cuarenta años después y le reconocen en su vida espiritual; y también entre los que fueron objeto de su misión en una tierra distinta. Así lo probó en títulos como "Orar a pie descalzo", "Salmos de un corazón joven", "El tesoro escondido", "Alas de águila", "Seducido por el crucificado", "Fuego en las venas", "Al ritmo del Evangelio", "Emaús camino de la conversión", "El desafío eres tú mismo" o "Jesús valiente guerrero". Sabía comprender un ámbito de la relación con Dios que otros no tenían la llave para entrar en él y así lo plasmó en la vida de un Hermano español místico, de otro tiempo, llamado H. Benjamín Antonio, enterrado en la iglesia del monasterio de Bujedo, y cuya vida tengo entre mis manos mientras escribo, bajo el título de "El aroma del romero".
El Hermano regresó. No vamos a entrar aquí en circunstancias. Quizás su sensibilidad no estaba hecha para recibir determinados gestos y palabras, incluso dentro de la Iglesia; quizás cuando volvió se encontró una realidad bien distinta a la que había dejado años atrás, diferente incluso en los colegios de los Hermanos. Quizás no entendió que estaba solo ya ante ciertas percepciones. Y Mazariegos ya no supo cómo encender aquella chispa. Su mirada ya no tenía la fuerza de aquellos años ochenta.
Creo que no se enfadará mi compañero de Colegio, con algunos años de diferencia, Juan Cabezudo (hombre de teatro), si le cito en un correo que hemos mantenido esta mañana. Él conoció al H. Mazariegos muy bien en la experiencia de llevar a las tablas la vida de San Juan Bautista De La Salle con un texto que simplemente el Hermano tituló Juamba. Años después se reencontraron ante la magnífica versión de "Estrellas" y cuando recibió su felicitación (Juan había dirigido la producción) se emocionó con intensidad. Cabezudo me confesaba que la muerte de los Hermanos cada vez le afecta más y yo me reconocía en sus palabras... "es como si... muriese poco a poco nuestra juventud". Entonces, quizás ocurre al contrario que en la mencionada canción, nosotros no somos los que pasamos sino que ellos han entrado en nuestro interior, se quedan y nos duele cuando tenemos que soltar amarras vitales: "fue un referente para nosotros en esos años [ochenta], con esa presencia imponente que tenía y un empuje y vitalidad que te hacía remover sí o sí". Para siempre en nuestro interior de niño, de joven, de chico del Lourdes.... en parte es lo que llaman Sentimiento Lourdes... permanecerá el Hermano Mazariegos. Hermano... que no falten.
TÚ ME ENSEÑASTE A VOLAR... CADA CUAL ES LO QUE SUEÑA
https://www.youtube.com/watch?v=cVbh3z8P2bk